Especial HALLOWEEN - 1. El monstruo de la calle 17
El monstruo de la calle 17
El club de los cuatro Mateos tenía
tantas actividades que no le alcanzaban las horas del día para hacerlas todas.
Mateo M. se encargaba de gestionar con
su familia la comida para todas las pijamadas de los fines de semana. Las
películas siempre estaban acompañadas de manzanas, pochoclos y chocolates.
Mateo A. se aseguraba de que todas las
bicicletas estuvieran bien infladas, porque los paseos en las sierras no podían
suspenderse ni en las temporadas de lluvia.
El tercer Mateo, a quien apodaban “H”,
calculaba los minutos entre los deberes y la hora de la cena para poder hacer
la reunión diaria del club, y los segundos que debían tardar en volver a casa
para que no los reten. H era el mejor en Matemática.
El Colo, el cuarto del clan, tenía la
difícil tarea de convencer a las familias para que los dejaran salir solos
cuando los planes lo requerían. Iba a cumplir los 8 años en noviembre, el
primero de los cuatro, así que era el pequeño adulto a cargo de las
negociaciones de horario. Por suerte, como leía mucho, conocía muy bien qué
palabras usar.
De día, escuela, escondida, tenis,
paseos en bicicleta y meriendas variadas. De noche, charlas por los celulares
de los más grandes, fotos y videos de risa, y algunas partidas en los
jueguitos. Antes de las 10, cada uno a su cama. Todo planeado, todo juntos,
todos los días.
El club de los cuatro Mateos hacía de
todo, y se animaba a todo, con tal de hacerlo juntos. Bueno, a casi todo…
Siempre existe una excepción. Y en este caso, era la casa del Sr. Maligno,
donde habitaba el monstruo de la calle 17.
En el barrio, el Sr. Maligno no tenía
amigos, y como no tenía familia, nadie lo visitaba. Sus ventanas siempre
estaban cerradas, no salía humo por la chimenea en invierno, ni se escuchaba la
radio por la mañana. De no ser por las noches, habría parecido que en la casa
del Sr. Maligno no vivía nadie.
El monstruo de la calle 17 no existía
hasta el verano pasado. H, en uno de sus cálculos nocturnos antes de irse a dormir,
midió el tiempo entre el último ruido de las campanas de la iglesia y la hora
en la que su vecina, la Sra. Gertrudis Acelga, se iba a dormir.
Durante cuatro noches seguidas, la
cuenta siempre dio lo mismo: 4 minutos y 23 segundos. Pero en la quinta noche,
esperando que terminara el programa preferido de la Sra. Acelga y llegara su
hora de dormir, H escuchó un estruendo muy fuerte, que venía desde una casa
cercana. Después de unos 4 segundos, se volvió a escuchar, pero más fuerte. Y
en unos 7 segundos más, se escuchó un tercer ruido, más fuerte todavía,
acompañado por una luz que iluminó toda la cuadra. Por primera vez en años, las
ventanas del Sr. Maligno se llenaron de luz por unos segundos. Todas al mismo
tiempo, dejaron pasar por sus hendijas el destello más brillante que H había
visto en toda su vida. Después, de vuelta, todo oscuridad…
La noche siguiente, y con el objetivo
de compartir la información con sus amigos e investigar qué estaba pasando, H
organizó un campamento en el patio de su casa. En la carpa, y una vez que
sonaron las campanas de la iglesia, le contó a los otros Mateos lo que había
pasado. Sorprendidos, y con mucha intriga, decidieron ir hasta la esquina, para
poder escuchar y mirar toda la situación. La
Sra. Acelga seguía riéndose de su programa, así que H calculó que estaban a
tiempo de descubrir qué pasaba.
Cuando llegaron, se escondieron en el
arbusto más alto que encontraron, mirando con binoculares hacia la casa del Sr.
Maligno. La noche estaba muy oscura, y nadie estaba cerca como para verlos.
Fue en ese momento que se escuchó el
primer estruendo, tan fuerte como una explosión. El Colo se asustó, y se tapó
las orejas. Los demás siguieron escuchando atentos. ¡Pum!, el segundo ruido, más fuerte que el anterior.
A todos les dio dolor de panza, se estaban asustando. Y de repente, ese momento
que no se iban a olvidar nunca más… El tercer estruendo, las luces que los
encandilaron, ¡y el monstruo de la calle 17!
En la ventana más alta de la casa,
donde el techo tenía forma de punta, se vio una silueta más grande que los
monumentos de la plaza. Tenía cuernos, cola y muchas patas, y se movía para
todos lados. Por unos segundos, en todo el barrio sólo se escuchó esa explosión
tan fuerte, y el monstruo se acercó cada vez más a la ventana, casi que se
estaba por escapar, estaba por salir…
Los Mateos salieron corriendo desesperados,
más rápido que nunca, hasta llegar a la carpa en la casa de H. Mirándose a los
ojos, y agarrados de la mano derecha, prometieron que no iban a volver a
acercarse a la casa del Sr. Maligno.
Durante los meses siguientes,
discutieron acerca de la naturaleza del monstruo de la calle 17. “Es un dragón que quiere liberarse y quemar todas las casas”, “es un extraterrestre que está llamando a su planeta para que nos
vengan a atacar”, “es un
minotauro cruzado con un zombie que vino de otra dimensión y tiene al Sr.
Maligno prisionero”.
No había en el mundo imaginación tan
creativa que pudiera explicar lo que pasaba en esa casa… Lo único que los
Mateos sabían con seguridad, era que eran capaces de todo, menos de vencer el
miedo al monstruo de la calle 17.
Todo iba a cambiar el 31 de octubre
siguiente. El barrio iba a festejar Halloween por primera vez. La consigna era
disfrazarse de lo que más miedo le ocasionara a cada uno. La mamá de H se
vistió de araña, el papá de Mateo M. de murciélago, los abuelos del Colo se
unieron debajo de una sábana para simular ser un fantasma, y la tía de Mateo A.
se maquilló como la muñeca de la película que la había asustado de chica. Los
demás niños se disfrazaron de momias, víboras, espíritus, vampiros, zombies, animales
malditos…
El club de los cuatro Mateos tuvo una
asamblea el 30 de octubre, y por 4 votos contra 0 se eligió el mismo disfraz:
el monstruo de la calle 17.
Fue difícil construir el traje: usaron
ramas de árboles, telas viejas, focos quemados, maderas con clavos, cinta
adhesiva y cajas de cartón. Trabajaron todo el día, y después de un gran
esfuerzo, lograron terminarlo a la perfección.
H calculó el tiempo que debían pasar
por cada casa para llegar a recorrerlas a todas, y conseguir el botín de
golosinas más grande del barrio. Como no podían dividirse en grupos porque
tenían un solo disfraz, tenían que estar como máximo 41 segundos en cada
puerta. De esa forma, iban a pasar por todas antes de la cena. En total eran 53
casas. En el barrio había 54, pero una no estaba en el mapa: la del Sr.
Maligno.
Los Mateos acordaron terminar el
recorrido en el arbusto desde el cual habían visto al monstruo de la calle 17
en verano, y volver por la calle principal, ya que no había atajos.
La noche llegó rapidísimo. Apenas
recorrieron las primeras casas, consiguieron más golosinas que las que había en
el kiosco de la escuela. H iba calculando cuántos caramelos, chocolates y
chupetines le correspondían a cada uno, pero perdió la cuenta después de un
ratito. Las cuatro bolsas que habían llevado ya estaban llenas.
Había tanta gente en la calle, que era
difícil caminar. Más para los Mateos, que tenían el disfraz más grande de
todos. Faltaban dos metros para llegar al arbusto, y tenían una sola casa más
por visitar. De repente, un grupo de adolescentes los empujó contra las rejas
de enfrente y los hizo caer en la vereda. Los cuatro se quedaron inmóviles: era
la casa del monstruo. Entre el miedo y la desesperación, no pudieron volver a
abrir las rejas, así que se quedaron encerrados adentro. Empezaron a tratar de
moverse para todos lados, pero como tenían el traje puesto, se terminaron enredando
todavía más. Los adolescentes se reían porque veían la cabeza de uno de los
chicos asomada por la cola del monstruo, los pies de otro volando por los
aires, la rodilla del Colo al lado de las manos de H, y los rulos de Mateo M. escapándose
a través de los ojos del monstruo.
En ese momento, sin previo aviso, se
abrieron las puertas de la casa del Sr. Maligno. La luz más brillante que el
barrio había visto en mucho tiempo iluminó toda la cuadra. Todas las personas
se dieron vuelta para mirar.
Desde el comedor, se asomaba la cabeza
de un dragón con cuernos de toro. Cuando el monstruo avanzó un poco, los Mateos
vieron el cuerpo de un caballo y la cola de un dinosaurio, hechos de metal y
madera. Tenía luces de todos los colores en los ojos y en la boca, parecía que
lanzaba fuego de arcoíris para todos lados.
Detrás del carro donde estaba apoyado
el monstruo, se veía al Sr. Maligno empujando y riéndose a carcajadas, cargando
una bolsa enorme llena de golosinas. Los Mateos se quedaron tirados en el pasto,
sin poder moverse, asombrados por la situación, y sin entender qué estaba
pasando.
De repente, desde los cuernos del
monstruo, empezaron a salir fuegos artificiales que iluminaron toda la manzana.
Estruendos, explosiones, colores que casi nadie había visto antes. Fue el
espectáculo más increíble que jamás hayan visto los Mateos.
El Sr. Maligno, al verlos caídos, los
ayudó a levantarse, riéndose por el disfraz que estaban usando. Con voz dulce,
les preguntó si estaban bien, y les ofreció una gran cantidad de chocolates.
H calculó que tardaron trece segundos
en pasar del miedo más terrible de sus vidas a la alegría más grande que habían
sentido.
El Sr. Maligno era estadounidense. Como
casi no hablaba castellano, no había podido hacer amigos. Por eso había tenido
la idea de festejar Halloween por primera vez en el barrio, sabiendo que sería
su oportunidad de conocerlos a todos. Desde el verano anterior, había trabajado
muy duro para que su monstruo estuviera listo. Preparaba las cosas de noche
para que todos se sorprendieran.
H notó que no estaba disfrazado, tenía
la ropa que comúnmente usaba en su casa. Comprendió que el mayor miedo del Sr.
Maligno era no poder tener amigos, y por eso se había disfrazado de él mismo,
que hasta ese momento seguía siendo un extranjero solitario en una ciudad que
casi no lo conocía.
El club de los cuatro Mateos tuvo una
nueva asamblea el día después. Por 4 votos contra 0, se decidió que el Sr.
Maligno sería, de ahora en más, el anfitrión de todas las fiestas del barrio.
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