9. La Emperatricia

La Emperatricia



Su nombre era Magdalena
Su abuela la levantaba todos los días a las siete de la mañana. Ella iba a la escuela a la tarde, pero le gustaba jugar todas las horas que podía. Así que desayunaba rápido y se iba de nuevo a su cuarto.
En ese momento, arrancaba su odisea.

Acerquensé, mis fieles compañeros
Alcen las banderas, levanten las espadas
¡Que es requete importante arrancar primeros
A llamar a los duendes, los leones y las hadas!

Reúnanse, mis amadas compañeras
No teman, no se queden apartadas
Luchemos juntas, que nada nos hiera
Ya estuvimos mucho tiempo silenciadas

Magdalena soñaba con una guerra sin batallas, que se peleaba con escudos de abrazos, espadas de algodón de azúcar, bombas de carcajadas y banderas de paz.

Formen filas los ositos
Y péinense las muñecas
¡Y ahora salgan corriendo rapidito
dando vueltas y más vueltas!

Hablemos todos bien bajito
Con la cara sin hacer ninguna mueca
Y cuando los demás cierren los ojitos
¡Gritemos más fuerte que las ovejas!

Las mañanas arrancaban y terminaban tan rápido que Magdalena no se daba cuenta del paso del tiempo. Sus guerras siempre quedaban inconclusas, siempre había energía para seguir luchando un día más por un mundo de sueños, juegos y risas.

Cantemos juntos nuestra canción
Levantemos bien alto los brazos
Abramos bien grande nuestro corazón
Y arranquemos la maratón de los abrazos

Sin peleas, sin dolor, con emoción
Entonemos estas estrofas dando pasos
De repente se nos sale un moco de sopetón
Cuando nos tiramos a la pileta dando panzazos

La familia de Magdalena siempre escuchaba sus rimas, disparatadas, ocurrentes, divertidas. Nunca entendían al final por qué luchaba, pero sí sabían cómo se hacía llamar.

Hoy me proclamo de todos la Emperatricia
Griten mi nombre, suban los carteles
Hablando bien fuerte les doy una primicia
¡Acá no hay reyes, duques ni coroneles!

Las tortas que hace la abuela son una delicia
Aunque a veces prefiero sus pasteles
Lo que mejor hace sin dudas son las caricias
Más suaves que el algodón y los pinceles

Luchemos contra la guerra y su malicia
Rompamos los tratados y papeles
Liberemos al mundo de toda esa inmundicia
Tocando el bombo, la guitarra y el ukelele

Desde el fondo del pasillo empezó a acercarse un sonido fuerte de pasos firmes y postura decidida. Era papá.
De todos, era el que menos entendía a Magdalena. Él esperaba que ella quisiera ser bailarina, doctora o maestra, pero ella insistía en liderar una guerra imaginaria que no tenía enemigos.
Al pasar por la puerta de su cuarto, el papá escuchó la voz de Magdalena bien alto:

Como soy la Emperatricia les voy a decir…

La interrumpió. No pudo con su genio.
Magdalena, se dice emperatriz, no emperatricia”.
La niña lo miró fijamente, como sorprendida, e inmediatamente se dirigió a su auditorio, formado de osos, muñecas, autos, pelotas, plastilinas y hasta globos de algún cumpleaños pasado.

Mi papá me dice que debo ser emperatriz
Pero yo quiero ser Emperatricia
Expliquemoslé, pues es un aprendiz
Aunque de sabelotodo oficia

Para ser una emperatriz hay que estar casada
Con un emperador, que todo lo gobierna
Pero esa es una posición equivocada
Que no es para nada moderna

Para ser Emperatricia hay que ser decidida
Amable, honesta y sensata
La mentira debe estar totalmente prohibida
Y para gobernar hay que usar pollera y corbata

La emperatriz es solo bella y acompaña
Por eso prefiero ser una Emperatricia
De ese modo puedo emprender la difícil hazaña
De impartir en este mundo justicia

Su papá quedó mudo.
Magdalena, como toda niña, siguió jugando sin prestarle demasiada atención, y sin siquiera imaginar que, una vez más, lo había hecho crecer con tan solo usar sus palabras.

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