Presentarme como escritor


Olavarría, 26 de diciembre de 2019

Presentarme como escritor

Por Ramiro Brunand



            Mucho trabajo, de esa forma puedo definir cómo fue mi primera experiencia de presentación de mi libro.
            Pero no me refiero solamente al trabajo puesto al servicio de que todo salga como lo había planificado. Las horas dedicadas a los preparativos fueron muchas y existieron, quienes me rodean saben que es así.
            Cuando digo mucho trabajo quiero decir mucho trabajo subjetivo, personal, individual. No fue solamente presentar este libro tan especial para mí, sino que fue, fundamentalmente, presentarme a mí como escritor.
            Las identidades son construcciones. Algunas son legales y están escritas en piedra; otras son más informales y volátiles, pero no menos productivas. Este proceso que emprendí con el primer cuento que escribí, que fue “La artista”, implicó para mí la construcción de una nueva identidad. Identidad que no estaba en los planes, no fue anticipada, que vino de sorpresa para sacudir todo lo que hasta ahora formó parte de mi colección de nombres.
            Psicólogo, psicoanalista, papá… Fueron formas de mencionarme que lo modificaron todo, pero que pude prever a través de un armado progresivo. Escritor, como formalmente fui presentado el 21 de diciembre de 2019, apareció en mi vida sin que lo viera venir, y sin que lo creyera hasta que salió de la boca de otro. Así como en un análisis, viene otra voz a nombrar aquello que un sujeto dice sin escucharse. Y digo sujeto con intencionalidad, porque lo que caracteriza este capítulo de mi historia es que todo lo que está sucediendo se vincula con el deseo.
            Yo no tenía idea de ser escritor. Estaba habituado a intervenir textos de otros, tanto en lo académico como en mi práctica profesional, tejiendo con palabras ajenas historias que no me implicaban, salvo como analista. Estos cuentos, así como salieron al mundo a mostrar que los papás también tenemos algo para decir, vinieron un día y decidieron juntarse en una colección que tuve que nombrar, de la que me tuve que hacer cargo.
            Me acuerdo que estaba parado al frente de toda la gente que asistió, y empecé a pensar que la cosa tenía que arrancar de alguna manera. Le transmití a algunos que estaban cerca: “che, arrancamos, ¿no?”. Y una voz, que casualmente también atravesó un proceso de escritura, me dijo “cuando vos digas”.
            Este proceso arrancó así: cuando yo dije. Arrancó cuando dije que quería contarle cuentos a mi hija. Arrancó cuando dije que tal vez podía escribirle cuentos a mi hija. Arrancó cuando me animé a leerle ese primer cuento a mi hija con su mamá de testigo. Arrancó cuando todos esos cuentos empezaron a viajar por mail, a casillas que con confianza y cariño esperaban leer qué tenía para decir.
            Para cerrar la presentación, así como sucedió cuando cerré el libro, decidí compartir con quienes me acompañaron el cuento “Tu cuerpo tiene historia”. Y me sucedió algo particular: leyendo, sentía de a poco que me iba encorvando. Tenía el libro en mis piernas, apoyado para combatir el temblor de las manos que siempre me acompaña en momentos trascendentales. Leía, y me iba metiendo cada vez más adentro del libro. De repente, el cuerpo era parte del libro, el que hablaba era el libro, ya no era yo. Encorvado, ensimismado, solo. Así estaba leyendo. Así creo que me sentía. Tenía la idea de leer sin quebrarme, el objetivo de cerrar la velada sin llorar. Y llegué a una parte en la que las barreras se rompieron, las defensas se cayeron, las inhibiciones cedieron. No solo lloré, eso no es lo importante. Me animé a mirar a los otros, esos otros que estaban ahí para conocer lo que tenía para contar, pero seguramente más para sostenerme en este proyecto tan deseado. Ahí recién me sentí escritor. Fue en ese momento. Fue ahí que me presenté como lo que soy, o al menos como lo que fui cuando escribí este libro: un papá que, hablando de su beba, imagina cuentos y se emociona.
            Al otro día, con la adrenalina disipada, mirando las marcas que dejó este evento en mi vida, y recorriendo todos estos momentos, me senté, y escribí un cuento. Porque, aunque todavía me resulte un poco raro, es algo a lo que me dedico, algo que hago, algo que hace poco también soy.
            El cuento se llama “El hombre jorobado”. Así me presento nuevamente. Que se jorobe el silencio, decidí hablar.

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